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Mayerly Díaz Plata: detrás del sufrimiento siempre hay una heroína

Por: Néstor Rueda Rueda
comunicacionesces@ces.edu.co

Mayerly Díaz Plata nació en el municipio de San Gil, Santander. Tiene 34 años y hace 12 trabaja como jefe de Enfermería en Medellín. En su casa no había familiares dedicados al servicio de la salud, su mamá era profesora y su papá policía, pero llegó a la enfermería animada por las horas de servicio que tuvo con adultos mayores durante su época de colegio.

Hoy, como jefe de Enfermería está en la primera línea de ‘combate’ contra la COVID-19 en la Clínica CES. Tras 6 meses del inicio de la pandemia en Colombia, todavía recuerda con precisión el 21 de marzo de 2020, el día en que llegó la primera paciente contagiada a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

Mayerly notó que ese día sería diferente. Lo notó en el sudor de las manos, en la impaciencia del médico de turno al que nunca había visto estresado, en que el intensivista estaba hablando más de lo normal y en las lágrimas que intentaba retener una de sus auxiliares de enfermería.

Doce años como enfermera en UCI le habían dejado claro cuál era su trabajo: dirigir las funciones de los auxiliares, encargarse de la distribución de los medicamentos, lubricar y revisar la piel de los pacientes por si había posibles heridas para curar, cambiar su posición, poner catéteres, líneas arteriales, sondas vesicales, montar hemofiltros; ella recita sus tareas por la costumbre, sin embargo, la novedad de ese primer paciente la hizo sentir como en su primer día de prácticas cuando estudiaba.

La paciente era una señora de 50 años, amable, comprensiva, que se recuperó rápido y recibió el alta médica, recuerdan los que la atendieron. La jefe Mayerly se dio cuenta de que ese día era la novedad en la Clínica CES y en las vidas del personal de salud que la rodeaba: representaba el comienzo de una tarea ‘titánica’ que seis meses después todavía cumplen con jornadas extenuantes en la UCI.

Nuestros primeros pacientes fueron recibidos con mucho miedo, era terrible pensar que teníamos que entrar a UCI. Uno limitaba incluso las entradas a la menor cantidad posible. Después uno se acostumbraba, va más tranquilo: ya no lloramos”, cuenta la enfermera al Boletín Enlaces.

Esta santandereana ya ha visto pacientes que se recuperan rápido, también despacio. Los ha visto fallecer, ha tenido que leer los labios de aquellos que intentan articular palabras una vez dejan de estar intubados. Los ha visto tristes, con preocupación, impotentes al buscar que el cuerpo reaccione como antes de estar sedados o alegres cuando vuelven a escuchar la voz de uno sus familiares por videollamada.

Después llegaron más pacientes y nos fuimos adaptando; pero, aunque uno se acostumbre al quehacer diario, nunca lo hace con el sufrimiento de la gente”, dice Tatiana Arango Ramírez, compañera de Mayerly.

Contagiarse de COVID-19

Mayerly dice que ella tampoco se acostumbra al sufrimiento, menos aún después de haber sido diagnosticada positiva para COVID-19. Meses después de haber recibido a sus primeros pacientes, llegó a uno de sus turnos con una leve secreción nasal. Ella no estaba alarmada, pero cuando preguntó si el síntoma era como para tomarse una prueba, le contaron que varias enfermeras habían dado positivo, con solo tenían secreción nasal. Ahí, ya comenzó a preocuparse.

El día que la enfermera recibió el resultado de su prueba había dejado de tener solo ese síntoma. Esa mañana despertó con un leve dolor de cabeza y para la tarde ya sabía lo que le ocurría: era positiva y dentro de su organismo llevaba el
SARS-CoV-2.

Se me juntó el cielo con la tierra, pensé en mi hijo de tres años, en mi familia, en mi esposo, en mi suegra que es de edad, con hipertensión y es fumadora. Nos tocó aislarnos y con los días los síntomas fueron aumentando”, recuerda angustiada.

Su esposo, Joaquín Vasco Valencia, tiene 40 años y es auxiliar de enfermería en otro hospital en Medellín. Él ha visto de cerca las mismas imágenes que se repiten en la Clínica CES y que le pasaron por la cabeza una vez conoció del contagio de Mayerly: se la imaginó en una UCI, pero ya no como enfermera, sino como paciente crítica.

Joaquín la escuchó toser, la escuchó levantarse en la madrugada porque el desespero y la preocupación no la dejaban dormir. Si bien estaban aislados en el hogar y los síntomas no eran críticos, conservaban el miedo del que sabe que cualquier cambio severo en la respiración podía sacarlos de su casa a una clínica.

10 días después los síntomas amainaron; a los 15, la prueba que recibió era negativa; y a Mayerly le volvió el alma al cuerpo, regresó a su trabajo, no como paciente, sino como heroína que se ponía de nuevo en la primera línea para batallar en el corazón de la pandemia.

Sé que ella en su trabajo ha llorado, se da cuenta que van 14 o 15 horas de turno y quiere volver a la casa a descansar. Pero por eso vivo muy orgulloso de ella que, a pesar de estar siempre al pie del cañón, ha sido capaz de dejar sus miedos atrás con entereza”, reconoce su esposo.  

En el 2019, Mayerly había planeado un viaje para llevar a su hijo Martín a conocer el mar. Con su esposo pensaron la fecha y acordaron que este año iba a ser aquel en que sus vacaciones coincidirían.

El 2020 les dio 15 días juntos, no al borde de una playa sino aislados en su casa con la atención puesta en algo que no fue la sonrisa de Martín. Sin embargo, como lo expresa Joaquín, a pesar del sufrimiento observado y padecido: “si alguna vez, en alguna parte, a los del personal de salud los han llamado héroes, yo creo que este es el momento de mostrar que somos capaz de serlo”.

Mayerly Díaz Plata nació en el municipio de San Gil, Santander. Tiene 34 años y hace 12 trabaja como jefe de Enfermería en Medellín. En su casa no había familiares dedicados al servicio de la salud, su mamá era profesora y su papá policía, pero llegó a la enfermería animada por las horas de servicio que tuvo con adultos mayores durante su época de colegio.

Hoy, como jefe de Enfermería está en la primera línea de ‘combate’ contra la COVID-19 en la Clínica CES. Tras 6 meses del inicio de la pandemia en Colombia, todavía recuerda con precisión el 21 de marzo de 2020, el día en que llegó la primera paciente contagiada a la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI).

Mayerly notó que ese día sería diferente. Lo notó en el sudor de las manos, en la impaciencia del médico de turno al que nunca había visto estresado, en que el intensivista estaba hablando más de lo normal y en las lágrimas que intentaba retener una de sus auxiliares de enfermería.

Doce años como enfermera en UCI le habían dejado claro cuál era su trabajo: dirigir las funciones de los auxiliares, encargarse de la distribución de los medicamentos, lubricar y revisar la piel de los pacientes por si había posibles heridas para curar, cambiar su posición, poner catéteres, líneas arteriales, sondas vesicales, montar hemofiltros; ella recita sus tareas por la costumbre, sin embargo, la novedad de ese primer paciente la hizo sentir como en su primer día de prácticas cuando estudiaba.

La paciente era una señora de 50 años, amable, comprensiva, que se recuperó rápido y recibió el alta médica, recuerdan los que la atendieron. La jefe Mayerly se dio cuenta de que ese día era la novedad en la Clínica CES y en las vidas del personal de salud que la rodeaba: representaba el comienzo de una tarea ‘titánica’ que seis meses después todavía cumplen con jornadas extenuantes en la UCI.

Nuestros primeros pacientes fueron recibidos con mucho miedo, era terrible pensar que teníamos que entrar a UCI. Uno limitaba incluso las entradas a la menor cantidad posible. Después uno se acostumbraba, va más tranquilo: ya no lloramos”, cuenta la enfermera al Boletín Enlaces.

Esta santandereana ya ha visto pacientes que se recuperan rápido, también despacio. Los ha visto fallecer, ha tenido que leer los labios de aquellos que intentan articular palabras una vez dejan de estar intubados. Los ha visto tristes, con preocupación, impotentes al buscar que el cuerpo reaccione como antes de estar sedados o alegres cuando vuelven a escuchar la voz de uno sus familiares por videollamada.

Después llegaron más pacientes y nos fuimos adaptando; pero, aunque uno se acostumbre al quehacer diario, nunca lo hace con el sufrimiento de la gente”, dice Tatiana Arango Ramírez, compañera de Mayerly.

Contagiarse de COVID-19

Mayerly dice que ella tampoco se acostumbra al sufrimiento, menos aún después de haber sido diagnosticada positiva para COVID-19. Meses después de haber recibido a sus primeros pacientes, llegó a uno de sus turnos con una leve secreción nasal. Ella no estaba alarmada, pero cuando preguntó si el síntoma era como para tomarse una prueba, le contaron que varias enfermeras habían dado positivo, con solo tenían secreción nasal. Ahí, ya comenzó a preocuparse.

El día que la enfermera recibió el resultado de su prueba había dejado de tener solo ese síntoma. Esa mañana despertó con un leve dolor de cabeza y para la tarde ya sabía lo que le ocurría: era positiva y dentro de su organismo llevaba el
SARS-CoV-2.

Se me juntó el cielo con la tierra, pensé en mi hijo de tres años, en mi familia, en mi esposo, en mi suegra que es de edad, con hipertensión y es fumadora. Nos tocó aislarnos y con los días los síntomas fueron aumentando”, recuerda angustiada.

Su esposo, Joaquín Vasco Valencia, tiene 40 años y es auxiliar de enfermería en otro hospital en Medellín. Él ha visto de cerca las mismas imágenes que se repiten en la Clínica CES y que le pasaron por la cabeza una vez conoció del contagio de Mayerly: se la imaginó en una UCI, pero ya no como enfermera, sino como paciente crítica.

Joaquín la escuchó toser, la escuchó levantarse en la madrugada porque el desespero y la preocupación no la dejaban dormir. Si bien estaban aislados en el hogar y los síntomas no eran críticos, conservaban el miedo del que sabe que cualquier cambio severo en la respiración podía sacarlos de su casa a una clínica.

10 días después los síntomas amainaron; a los 15, la prueba que recibió era negativa; y a Mayerly le volvió el alma al cuerpo, regresó a su trabajo, no como paciente, sino como heroína que se ponía de nuevo en la primera línea para batallar en el corazón de la pandemia.

Sé que ella en su trabajo ha llorado, se da cuenta que van 14 o 15 horas de turno y quiere volver a la casa a descansar. Pero por eso vivo muy orgulloso de ella que, a pesar de estar siempre al pie del cañón, ha sido capaz de dejar sus miedos atrás con entereza”, reconoce su esposo.  

En el 2019, Mayerly había planeado un viaje para llevar a su hijo Martín a conocer el mar. Con su esposo pensaron la fecha y acordaron que este año iba a ser aquel en que sus vacaciones coincidirían.

El 2020 les dio 15 días juntos, no al borde de una playa sino aislados en su casa con la atención puesta en algo que no fue la sonrisa de Martín. Sin embargo, como lo expresa Joaquín, a pesar del sufrimiento observado y padecido: “si alguna vez, en alguna parte, a los del personal de salud los han llamado héroes, yo creo que este es el momento de mostrar que somos capaz de serlo”.

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7 comentarios

  1. Gloria Valencia de vasco dice:

    Que orgullosa soy tener unos hijos tan valientes.Dios me los cuide.sigan con tan bellísima labor. Adelante mis hijos

  2. ricardo montañez dice:

    es una labor muy ardua y poco reconocida. muchas lo hacen con amor y bondad. pero al parecer al mundo ya se le volvió paisaje y ya no se mencionan los verdaderos héroes de este momento de la historia. deberían otorgarles como premio 7 o 15 días de descanso remunerado al lado de sus familias, es lo menos que se merecen

  3. Bernarda Corredor Páez dice:

    Muchas bendiciones y felicitaciones a los dos por estar en las buenas y en las malas por querer tanta a la profesión que tienen
    Por ayudar aliviar al dolor de tanta gente
    Por buscar sonrisas esperanzas en los familiares del enfermo
    Dios los bendiga enormemente y orgullosa de ser paramuna un abrazo mayita

  4. Adriana Garcia M. dice:

    Nadie sabe el dolor y sufrimiento que lleva cada uno dentro de su ser y todo lo que esto influye en su vida y en la vida misma de su familia y seres queridos.Todas las situaciones vividas no hacer crecer como seremos humanos y nos fortalecen espirutualmente. Gracias por su labor . la vida siempre nos recopensa cuando actuamos y servimos de corazon.

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